La tauromaquia en disputa: ¿quién decide qué es cultura?
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- 30 sept
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 1 oct
Entre tradición y censura simbólica, la fiesta de los toros se mantiene en el corazón de nuestra identidad cultural

BLOGENART Magazine
EDITORIAL NÚM. 10 ·SEPTIEMBRE 2025
En la actualidad, pocas manifestaciones culturales generan un debate tan intenso como la tauromaquia. Lo que para algunos se percibe como un vestigio cruel, para quienes comprenden su esencia es un arte vivo con profundas raíces históricas y sociales. Más allá de juicios inmediatos, la cuestión central es esta: ¿quién decide qué merece llamarse cultura y qué puede ser relegado al olvido?
La definición de cultura nunca es neutral. A lo largo de la historia, ha sido moldeada por instituciones, medios, poderes políticos y corrientes sociales. Decidir qué es arte o patrimonio implica ejercer un poder simbólico. La cultura se construye de manera colectiva: es un diálogo constante entre lo que se hereda, lo que se crea y lo que se transforma. Nadie posee su monopolio, pero todos contribuimos a su evolución.
Un patrimonio que nos pertenece
La tauromaquia no es un espectáculo menor ni una tradición aislada, como intentan mostrar algunos discursos sesgados. Es un entramado cultural que atraviesa siglos y que ha dado identidad a España, proyectando su imagen y singularidad más allá de nuestras fronteras.
Hace poco más de una década, el Parlamento reconoció oficialmente su valor, declarando la tauromaquia patrimonio cultural. Desde entonces, defenderla no es cuestión de gusto personal, sino un deber: conservar una tradición que pertenece al acervo común de todos los españoles.
Hoy, sin embargo, iniciativas legislativas buscan revertir este reconocimiento, devolviendo a comunidades y ayuntamientos la posibilidad de prohibirla. No se trata solo de regulaciones: está en juego si una de las expresiones más antiguas y distintivas de nuestra cultura seguirá protegida como patrimonio común o si quedará supeditada a modas pasajeras y decisiones locales sin visión histórica.
Conocimiento frente a prejuicio
El rechazo actual a la tauromaquia no es solo una cuestión ética: refleja un desconocimiento extendido y la influencia de modas culturales globales. La facilidad con que se critican tradiciones centenarias, sin comprenderlas, es un síntoma de ignorancia más que de reflexión.
Un ejemplo reciente ocurrió en televisión, cuando la periodista Mariló Montero defendió la tauromaquia como arte y tradición. Su intervención fue recibida con sarcasmo por el presentador y con abucheos por parte del público. Este episodio muestra un hecho preocupante: defender la tauromaquia, un símbolo histórico de identidad española, puede ser motivo de burla automática.
Lo alarmante no es la discrepancia, sino la ligereza con que se desprecia algo que pocos conocen. Reducir la tauromaquia al dolor del animal es perder de vista su dimensión artística, literaria, musical y simbólica. Negarla sin conocerla es un error que empobrece el debate cultural y desfigura nuestra memoria colectiva.
Tradición versus imposición
¿Quién puede determinar que una tradición secular no es cultura? En un país plural, el patrimonio común debería ser un espacio de encuentro. La fiesta de los toros forma parte de esa pluralidad y eliminarla del marco cultural sería amputar nuestra historia.
La paradoja es clara: la legislación vigente protege la tauromaquia como patrimonio, mientras que la nueva iniciativa busca abolir esa protección bajo el argumento de “modernidad”. Pero la verdadera cultura incluye lo que incomoda, lo que cuestiona y lo que divide; no solo aquello que se ajusta a las sensibilidades del momento.
Aceptar que la cultura dependa de modas pasajeras es empobrecerla. La cultura no es un catálogo de lo agradable; es un espejo de lo que somos, con todas nuestras contradicciones, pasiones y complejidades.
Preservar para las futuras generaciones
Defender la tauromaquia no significa imponerla ni obligar a nadie a asistir a corridas. Significa reconocer un legado artístico, simbólico y social que debe conservarse como parte de nuestra historia compartida. Significa garantizar que las nuevas generaciones puedan acercarse a ella con conocimiento y criterio propio, libres de prejuicios o censuras.
La preservación cultural no es nostalgia ni inmovilismo: es responsabilidad. Mantener abiertas las puertas de la tradición asegura que la memoria de un pueblo siga viva y que se pueda decidir sobre ella con conocimiento y libertad.
La tauromaquia refleja la identidad española: belleza y crudeza, creación y riesgo, historia y emoción. Por eso forma parte de nuestra cultura y merece protección.
En el siglo XXI, lo que está en juego no es solo la continuidad de la fiesta, sino la capacidad de España para reconocer su diversidad cultural sin ceder ante censuras simbólicas. La pregunta sigue vigente: ¿quién decide qué es cultura? La respuesta debe ser clara: la cultura se debate, se transforma y se preserva; no se impone ni se borra.
Defender la tauromaquia no es aferrarse al pasado, sino proteger la memoria de un pueblo que se expresa en todas sus formas, incluso aquellas que incomodan. Negarla sería cerrar los ojos a una parte esencial de lo que somos como nación.
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Fotografía / Imagen.
JUAN PEDRO CANO / EAC.
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